Abstract
El intimismo de Alejandra Pizarnik, tejedora de palabras de tormento y locura, deja entrever los infiernos irracionales y musicales que atraviesan una particular expresión de psique poética: la palabra que se atreve a decir una noche que presagia elegía. La palabra herida y la vida fatalmente rota de esta autora ponen al lector en un diálogo permanente entre el vitalismo y el existencialismo. El propósito de este artículo es reflexionar sobre los límites de la voluntad humana y la relación entre vida y obra literaria, a partir de una disertación sobre los textos de Pizarnik, quien más que afanarse en embellecer la resignación, prefiere indagar acerca del destino y el sentido de la palabra poética, enjaulada e incapaz de expresar las heridas del ser. Busca, desde figuras retóricas precisas y de incuestionable impacto sensorial, el lugar de los cuerpos poéticos en los entresijos de una existencia inadaptada y sin brújula. Existencia que es espejo (o acaso abismo) de la realidad develada por una poesía filosófica en busca de sentido y deseo imposibles, pero cuya búsqueda sigue siendo un tópico necesario de la literatura.