Abstract
Conforme a la inquietud del Vigésimo Congreso Mundial de la Filosofía he querido delinear algunos aspectos de la función educativa a través de tres pasos. El primero dice algo de la palabra mediadora en la enseñanza. La lectio, meditatio y oratio son los apotes que rescato del medioevo junto a los cuatro sentidos de la Escritura. La referencialidad de la palabra constituye el segundo paso de la comunicación. Por ella los que dialogan deben aprender a mirar juntos en una misma dirección. Finalmente se propone una figura y una ontología. La figura en X es el quiasmo dibujado entre las palabras y las cosas. Dos direcciones relacionan los extremos que se cruzan en un punto. Mediante estos movimientos el sentido va desde lo que es al texto, y la significación desde el lenguaje a lo real. En el punto crucial se edifica el nombre que invoca y convoca a los que dialogan. El diálogo en su ejercicio involucra al pensar y al corazón. El primero cumple su función en la interpretación de la palabra y en la visión de realidad. El segundo en la ordenación cordial del mundo y en la sumisión de todo lenguaje a la dimensión de quien escucha. Educador y educando, palabras y cosas configuran cuatro ámbitos de la tarea educativa. La extensión de la comunicación nos hizo limitar a la horizontalidad realizada por el quiasmo y el modo como el pensamiento juega junto a la expresión y la realidad. El pensar ve los movimientos que dibuja la figura quiástica. Mediante el uso correcto de una gramática centrada en el nombre que narra la vida, la acción pensante edifica una ontología que usa de la palabra para edificar los afectos que construye el mundo con lazos cordiales.