Abstract
Pensar Europa filosóficamente hoy no constituye un intento de definición y representación de una identidad cultural con carácter unívoco y, menos aún, de una identidad política que, por siglos, ha sido siempre parcial y ha estado entretejida con imágenes y prácticas diferentes y plurales. Lo que hay que replantear y recolocar en el centro es su carácter dialéctico, su continuo saltar (la aptitud acrobática de la que hablaba Ortega) y oscilar entre razón y pasiones, lógica e instinto, progreso y decadencia, libertad y totalitarismo, entre el reconocimiento del otro y del diverso como voluntad de apertura a lo nuevo y la reivindicación de una civilización eurocéntrica que objetivamente ha sentado las bases de la modernidad.