Abstract
Nuestra deflación espiritual ante la muerte de los otros debido a nuestro deseo intenso por negar la propia muerte constituye, más que un obstáculo insalvable, una oportunidad ética y política para pensar y construir otros discursos y prácticas normativas frente a la destructividad de la que somos capaces y a la que estamos expuestos de manera irremediable. Sin duda, las normas de aprehensión y de reconocimiento de lo humano dependen, ante todo, de nuestras disposiciones afectivas ante la muerte de los otros, cuyas pérdidas juzgamos, diferencialmente, como meritorias o indignas de ser lloradas, según el valor o el desvalor que adjudicamos a sus vidas. De ahí la importancia del derecho a ser llorado como condición ética y política para la humanización de todos. Este artículo, basado en Esquilo, Sigmund Freud y Judith Butler, cuenta con tres apartados: la cuestión de la destructividad humana; vidas matables, inmerecedoras de duelo; el poder afectivo del duelo.