Abstract
Desde un enfoque ecológico, puede decirse que una persona trata de identificar la acción óptima para ella mediante un conjunto de diferentes acciones posibles a través de la intuición. El debate sobre las ‘teorías del proceso dual’ recoge esta idea y postula dos vías diferentes para evaluar las posibilidades de decisión: una vía lógico-analítica y otra intuitiva (Magrabi y Bach, 2013). Predominantemente, se asume que la vía lógico-analítica está relacionada con la racionalidad y, por tanto, es la vía a la que hay que aspirar en la toma de decisiones racionales. Sin embargo, la ciencia ha demostrado que hay que asumir una racionalidad limitada. Por lo tanto, la cuestión de hasta qué punto las emociones o los sentimientos, y en este contexto también las intuiciones, son racionales ha pasado a primer plano (De Sousa, 1987; Evans y Cruse, 2004). En este trabajo, las intuiciones se consideran como un sentimiento con intencionalidad. Las intuiciones siempre se refieren a un entorno apropiado y se dirigen a una decisión que da lugar a una acción. Damásio (1994; 2013) demuestra que una intuición es un sentimiento que se distingue por actuar como un indicio o señal. Asumiendo el supuesto de racionalidad ecológica (Gigerenzer, Todd and ABC Research Group, 1999; Todd and Gigerenzer, 2012; Todd and Brighton, 2016), se puede demostrar que las decisiones intuitivas se basan en el conocimiento experiencial y el reconocimiento implícito de estructuras (Magrabi y Bach, 2013). En consecuencia, con el enfoque de racionalidad ecológica se puede demostrar que una decisión intuitiva es racional en el sentido de que una persona interactúa con éxito con su entorno de forma rápida y energéticamente adaptada y, por lo tanto, identifica la acción óptima para sí misma. Esto puede reconocerse como una ‘corazonada’ o ‘intuición’. En este artículo se explican dos retos: la influencia de un entorno negativo en las decisiones intuitivas y la confusión de una intuición con una emoción u otro sentimiento.