Abstract
Este artículo analiza la crisis de la República romana tardía, atribuida por los antiguos autores a la decadencia moral y a los vicios orientales y cómo Cicerón, defensor de las instituciones republicanas y de los boni, se enfrentó a los populares que buscaban reformas estructurales. Se destacan sus conflictos con Catilina, Clodio, Pisón y, especialmente, con Antonio. A lo largo de su carrera, Cicerón defendió su dignitas y argumentó que las virtudes cardinales propuestas por Platón y Panecio eran clave para alcanzar la verdadera gloria. En las Filípicas, atacó a Antonio y apoyó a Octaviano, aunque este último terminó traicionándolo. Estos discursos polarizaron la política romana, mostrando, según Bruto, la falta de visión política de Cicerón. Para defenderse de los ataques por su condena a los catilinarios y promover reformas estatales, Cicerón recurrió a la filosofía y defendió los principios platónicos y estoicos, abogando por la creencia en una providencia divina, la importancia de las virtudes cardinales, el uso de la razón y la superioridad del derecho natural de inspiración divina sobre la ley humana. También criticó a los epicúreos por su rechazo a la política, negación de la providencia divina y búsqueda del placer.